Los Ensanches constituyen un componente importante en la mayoría de las ciudades y forman parte de su proceso de urbanización. Este proceso de crecimiento urbano responde a las necesidades de las ciudades de disponer de más espacio, como consecuencia de la concentración extraordinaria de población y actividades económicas, principalmente industriales, que se produce a partir de la revolución industrial. Este crecimiento supone sobrepasar los límites de las murallas medievales, y permite adaptar las ciudades a los nuevos medios de comunicación, el tren y el automóvil, al tiempo que resuelve los problemas de higiene y salubridad que tenían muchos de estos núcleos urbanos.
Barcelona al igual que muchas otras ciudades experimentó, a finales del siglo XIX, un crecimiento para tratar de reducir la densificación en el núcleo antiguo de la ciudad y lo hizo con el conocido sistema de Ensanche.
Con las premisas que dicta este sistema, el ingeniero Ildefons Cerdà trazó su “plan Cerdà”, un sistema de ensanche que introducía algún cambio innovador respecto a las operaciones de ensanche que se habían realizado en otras ciudades.
Quizás por estas innovaciones el “Plà Cerdà”, aprobado en 1859, es uno de los proyectos de Ensache más conocidos y de mayor éxito.
Para el trazado propuso una cuadrícula rectangular de calles que definían un conjunto de manzanas achaflanadas de 113,33 metros de lado que, en la formulación de Cerdà, tenían que estar edificadas solamente en dos o tres de sus lados. Todas las calles tenían 20 metros de amplitud, con la excepción de algunas grandes avenidas de 50 metros, entre las que destaca la gran avenida Diagonal, que lo atraviesa de un lado a otro para facilitar la circulación. El chaflán es unos de los elementos característicos del ensache de Barcelona. Por un lado, debía facilitar la visión de los conductores en las intersecciones, sin embargo, con la aparición de las zonas de carga y descarga se privó a los chaflanes cumplir su función además representa, a mi modo de entender, un inconveniente para los peatones, que para cruzar una calles deben andar unos metros más de la cuenta.
Otra de las características del Plan Cerdà fue la previsión de servicios, igualitariamente repartidos por el Ensanche, con el objetivo de acercarlos a los ciudadanos: escuelas, mercados, iglesias, se ubicaban de una manera regular en manzanas dedicadas específicamente a esos servicios de proximidad, como reflejo de un igualitarismo que también se manifestaba en el deseo de que se asentasen en él los diferentes grupos sociales. Creo que esta fue una gran aportación ya que se homogeneizó el barrio y se impidió la proliferación de zonas marginales dentro la malla que forma el Ensanche.
Sin embargo, ha sido desvirtuado mediante un aumento de la densificación que Cerdà no había previsto. Esta densificación se produjo mediante la construcción de los cuatro lados de la manzana, la edificación en los patios interiores y el aumento del número de pisos previstos, las conocidas “remuntas”. Sin embargo, se mantuvo la estructura viaria ortogonal del proyecto inicial, lo que configura una de las características principales del urbanismo de Barcelona.
El crecimiento de la ciudad de Bruselas fue muy distinto, de una forma mucho más clásica y geométrica que, podríamos decir, recuerda al sistema parisino. En un plano se fijaron ciertos puntos estratégicos que pasarían a convertirse en plazas y rotondas y funcionarían como centro del polígono. Seguidamente, estos puntos se unieron entre sí mediante vías de una importancia considerable y los distintos espacios que quedaban entre estas vías vertebrantes se subdividieron a su vez con otras calles de menos amplitud e importancia. Además, todo este nuevo crecimiento es prácticamente residencial con pequeñas zonas en las que se concentran comercios y servicios lo que ha ocasionado un crecimiento muy heterogéneo con zonas de actividad frenética y
y otras de exagerada ”relajación”.
Barcelona al igual que muchas otras ciudades experimentó, a finales del siglo XIX, un crecimiento para tratar de reducir la densificación en el núcleo antiguo de la ciudad y lo hizo con el conocido sistema de Ensanche.
Con las premisas que dicta este sistema, el ingeniero Ildefons Cerdà trazó su “plan Cerdà”, un sistema de ensanche que introducía algún cambio innovador respecto a las operaciones de ensanche que se habían realizado en otras ciudades.
Quizás por estas innovaciones el “Plà Cerdà”, aprobado en 1859, es uno de los proyectos de Ensache más conocidos y de mayor éxito.
Para el trazado propuso una cuadrícula rectangular de calles que definían un conjunto de manzanas achaflanadas de 113,33 metros de lado que, en la formulación de Cerdà, tenían que estar edificadas solamente en dos o tres de sus lados. Todas las calles tenían 20 metros de amplitud, con la excepción de algunas grandes avenidas de 50 metros, entre las que destaca la gran avenida Diagonal, que lo atraviesa de un lado a otro para facilitar la circulación. El chaflán es unos de los elementos característicos del ensache de Barcelona. Por un lado, debía facilitar la visión de los conductores en las intersecciones, sin embargo, con la aparición de las zonas de carga y descarga se privó a los chaflanes cumplir su función además representa, a mi modo de entender, un inconveniente para los peatones, que para cruzar una calles deben andar unos metros más de la cuenta.
Otra de las características del Plan Cerdà fue la previsión de servicios, igualitariamente repartidos por el Ensanche, con el objetivo de acercarlos a los ciudadanos: escuelas, mercados, iglesias, se ubicaban de una manera regular en manzanas dedicadas específicamente a esos servicios de proximidad, como reflejo de un igualitarismo que también se manifestaba en el deseo de que se asentasen en él los diferentes grupos sociales. Creo que esta fue una gran aportación ya que se homogeneizó el barrio y se impidió la proliferación de zonas marginales dentro la malla que forma el Ensanche.
Sin embargo, ha sido desvirtuado mediante un aumento de la densificación que Cerdà no había previsto. Esta densificación se produjo mediante la construcción de los cuatro lados de la manzana, la edificación en los patios interiores y el aumento del número de pisos previstos, las conocidas “remuntas”. Sin embargo, se mantuvo la estructura viaria ortogonal del proyecto inicial, lo que configura una de las características principales del urbanismo de Barcelona.
El crecimiento de la ciudad de Bruselas fue muy distinto, de una forma mucho más clásica y geométrica que, podríamos decir, recuerda al sistema parisino. En un plano se fijaron ciertos puntos estratégicos que pasarían a convertirse en plazas y rotondas y funcionarían como centro del polígono. Seguidamente, estos puntos se unieron entre sí mediante vías de una importancia considerable y los distintos espacios que quedaban entre estas vías vertebrantes se subdividieron a su vez con otras calles de menos amplitud e importancia. Además, todo este nuevo crecimiento es prácticamente residencial con pequeñas zonas en las que se concentran comercios y servicios lo que ha ocasionado un crecimiento muy heterogéneo con zonas de actividad frenética y
y otras de exagerada ”relajación”.
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