Como todo proyecto arquitectónico nace de unas ideas y conceptos que pretenden lo mejor para la ciudad y sus ciudadanos, pero no siempre se consigue (a veces ni se pretende realmente, ya que todo es una “máscara”, llamémosla política, para esconder unos verdaderos motivos, normalmente de orden económico). Esto último es lo que yo creo que ha pasado en el 22@. Nace de un proyecto muy digno, que vende sostenibilidad, integración, tecnologías limpias, innovación....con palabras del propio ayuntamiento “El proyecto 22@Barcelona transforma doscientas hectáreas de suelo industrial de Poblenou en un distrito innovador que ofrece espacios modernos para la concentración estratégica de actividades intensivas en conocimiento. Esta iniciativa es a su vez un proyecto de renovación urbana y un nuevo modelo de ciudad que quiere dar respuesta a los retos de la sociedad del conocimiento. Es el proyecto de transformación urbanística más importante de la ciudad de Barcelona en los últimos años y uno de los más ambiciosos de Europa de estas características, con un potencial inmobiliario alto y una inversión pública del plan de infraestructuras de 180 millones de euros”. Palabras como renovación urbana, económica y social están en boca de todos en esta nueva zona barcelonesa.
Se habla del Poblenou como una zona perdida, obsoleta y se apela a una nueva ciudad compacta que mediante la trama Cerdà regenere el tejido urbano degenerado.Pero esta nueva ciudad, proyectada hasta el milímetro no deja espacio para la naturalidad, para la espontaneidad. Cualquier grupo social necesita espacios para agruparse...están...para desarrollar sus actividades imprevisibles e improvisadas, adaptadas a una escala determinada...y és ahí donde el 22@ vuelve a fallar: en la gran cantidad de espacios abiertos existentes, que hacen perder la noción de espacio. Falla algo en el equilibrio general. Y ¿es realmente esta nueva ciudad abierta, dispersa, segregada la que nos gusta para vivir? ¿No hemos estado años hablando de lo maravilloso de la complejidad y la mixicidad en la urbe? Esta nueva intervención, aduladora de los edificios insignia, prepotentes e imponentes, pero también autistas, rompe con la continuidad del eixample. Sí, crea grandes espacios verdes, viviendas con mejores calidades lumínicas e higiénicas, pero parece perder esa cualidad de ciudad densa y compacta, mediterránea.(sólo hace falta una vista aérea de la ciudad y vemos que algo importante está pasando en esta zona, algo se está transformando, el peso de la ciudad parece estar desplazándose hacia noreste). Y además lo hace intentando convencer que conseguirá cohesión social entre vecinos y empresas, unas relaciones modernas de complicidad. El tiempo dirá si es un fracaso o un éxito, pero a día de hoy me atrevo a opinar que, sino la totalidad, gran parte de razones de esta macro intervención se deben básicamente a motivos económicos.
Otro punto a reflexionar es la manera de entender la memoria histórica del lugar. Estamos de acuerdo que el tejido industrial estaba en desuso, y que era necesario un cambio...pero ¿de qué tipo? ¿es el hecho de mantener las antiguas chimeneas como símbolos aislados de un pasado industrial, la mejor opción para recordar lo que había sido y ya no es? ¿no estaríamos cayendo en un pinturesquismo?
Resumiendo, otra vez más aparece la Barcelona top-model, esa que quiere dar una imagen siempre moderna, venderse como un spot comercial, y atraer a más y más inversores. Y como se cuestionan otros compañeros: ¿Qué ocurre cuando se pretende hacer ciudad a partir de estos iconos?
En los últimos años Bucarest se ha sumado a la carrera por los high-tech buildings...esos nuevos hitos urbanos. Edificios en altura, de vidrio, imponentes sobre el skyline de la ciudad, la mayoria de ellos alrededor del edificio del gobierno, que han sustituido en el imaginario general a las ahora “impotentes” torre de la televisión o al mismo edificio del gobierno. Estas nuevas torres han creado una nueva zona financiera donde anteriormente había básicamente residencia.
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